El Rally de Monza ha sido el escenario donde cerrar una era del Campeonato del Mundo de Rally. Pero, también, donde ha concluido la exitosa relación deportiva entre dos leyendas del automovilismo. Sébastien Ogier y Julien Ingrassia, con ocho títulos mundiales bajo el brazo, dejan de trabajar juntos dentro de un coche de carreras, dejando un legado infinito para las futuras generaciones.
Cuando ayer certificaron su victoria en el Templo de la Velocidad, lo hicieron a sabiendas de que era el último triunfo que iban a lograr mano a mano. Una pareja que ha roto moldes desde antes de su llegada al mundial y que ha continuado con el legado dejado por otra pareja mítica, Sébastien Loeb y Daniel Elena. Pero todo tiene su fin y, de manera paralela a la de los WRC, el de Gap y el de Aix-en-Provence han llegado al momento de disolver su sociedad.
Lo han hecho cuando termina la gran época de unos coches que han devuelto la esencia de la era dorada de los rallyes al mundial. Estos WRC han hecho recordar por prestaciones y espectacularidad a los añorados Grupo B que atronaron las carreteras y caminos durante aquellos años mágicos, hasta que la fatalidad se cruzó en el camino y fueron apartados para dedicarlos a otros menesteres más apropiados. Antes de que la mala fortuna se cruzara en el camino, estos monstruos de la competición cederán el paso a los nuevos Rally1.
Sobre el papel, la tendencia al cambio es clara y necesaria. Especialmente, cuando todas las demás disciplinas automovilísticas de primer orden están realizando pasos semejantes. Pero después de vivir unas temporadas increíbles con estos coches, cuesta imaginar que los nuevos vehículos híbridos puedan suplir de igual manera el vacío que van a dejar los WRC. Un vacío todavía mayor con la despedida de la eterna dupla Ogier-Ingrassia.
Aún con la reducción de cilindrada del motor que vivieron en 2011, los World Rally Car que se estrenaron en el mundial a finales de los 90 del siglo pasado han escrito con letras de oro las páginas del automovilismo. En esas primeras temporadas, conviviendo con otros coches de gran recuerdo para los aficionados, como los eternos Kit Car, Sébastien Ogier y Julien Ingrassia comenzaron a asimilar la esencia de la competición y la magia de las carreras.
Con esos WRC crecieron y maduraron. Son el producto de una normativa que ha consagrado a los rallyes una vez más, que ha traído a nuevas generaciones a las cunetas y que ha enamorado de nuevo a los que se iniciaron en esto de los tramos cronometrados con las bestias de los 80. Ogier e Ingrassia son los WRC personificados; por eso, su leyenda es infinita y estará siempre ligada a una de las épocas luminosas del Campeonato del Mundo de Rally.
Y por esto, el camino andado por la dupla francesa tenía que terminar aquí. No podía ir más allá del Rally de Monza. Es el final adecuado, el mejor posible y el que permite que podamos construir un relato soberbio y magnífico que engrandezca esa realidad de ensueño. Con ellos, se cierra un círculo para poder empezar el 2022 con una nueva era que será la de los niños y niñas que ahora están descubriendo la esencia de la competición, de las carreras de coches. Los que el día de mañana serán los nuevos Ogier e Ingrassia.
¿Y después de ellos, qué? Quién sabe lo que deparará a Sébastien Ogier y a Julien Ingrassia en los próximos años. Ni siquiera podemos hablar de lo que harán en los meses que tenemos por delante. Un salto a la resistencia, probar suerte en rallycross, … Incluso podrían hacer un programa parcial en el mundial de rally en diferentes monturas. Si vuelve Loeb sin Elena, también puede volver Ogier sin Ingrassia… Hagan lo que hagan, los aficionados lo celebraremos y nos alegraremos de ver una vez más luchando contra el crono a estos dos portentos de las carreras, volando bajo sobre la fina capa de su legado infinito.