Sexta posición en la parrilla de salida. No era el mejor lugar para empezar. Su compañero de equipo y principal rival arrancaría justo por delante, pero había otros que le habían comido la tostada. Otros que tenían mucho que decir en una temporada tan igualada. Muchos frentes abiertos para él. Pero no iba a desanimarse. ¡Eso, nunca! Su objetivo era ganar. ¡Ganar, siempre! Y lo iba a intentar por todos los medios.

La carrera comenzó y no se lo pensó. Como si de una competición de aceleración se tratara, hizo trabajar al embrague de manera óptima para evitar que los neumáticos traseros patinaran más de la cuenta. Con una mejor tracción que sus rivales, saltó de la sexta plaza a la primera línea, pasando coches por la derecha como un rayo. Al llegar a la primera curva, hasta cuatro monoplazas se jugaron la frenada al mejor postor. Dos Renault, un Williams – Ford y un Ferrari. Pero la máquina italiana estaba mejor posicionada y se puso delante.

De sexto a segundo. Un gran comienzo, sin duda. Pero la carrera era muy larga. Setenta y cinco vueltas por delante. Como si de una etapa del Rally Dakar se tratara, estarían acompañados de las dunas. Estas no era africanas, sino holandesas. Los famosos montículos de arena de Zandvoort, resultado de la acción del viento, se movían como los coches en el sube y baja asfaltado que era -y es- la pista de los Países Bajos. Aunque él, era más de nieve.

Gilles Villeneuve pilotando su Ferrari 312 T4 en Zandvoort

Cinco años antes se había proclamado campeón del mundial de motos de nieve. El hombre que podía convertirse en la gran estrella de la parrilla. Si Enzo Ferrari había confiado uno de sus coches en sus manos, por algo sería. Así que con la segunda plaza bajo el brazo, comenzó a achuchar al líder de carrera. Tenía ritmo y podía hacerlo. Bastaba con encontrar el momento para lanzar el coche. O un fallo mecánico. Él no lo sabía, pero el Williams – Ford tenía problemas en la caja de cambios que dificultaban la entrada de la tercera velocidad.

Tras diez vueltas y un nuevo paso por línea de meta, no esperó más. Lanzó el Ferrari, buscó el hueco, evitó cerrarse al interior y fue a por la trazada exterior, la buena. Los dos bólidos entraron emparejados en Tarzán, la primera curva. Un coche junto al otro. Alerón con alerón. Rueda con rueda. La parte externa de la pista tenía más agarre. Y al salir de la curva, la potencia desbocada del motor V12 transalpino hizo el resto. El coche inglés no fue rival. Con un golpe de acelerador, se hizo con la primera posición.

El aviso que el coche dio al piloto

Era el nuevo líder de carrera, mientras su compañero, que además era el líder del campeonato, había arrancado fatal, perdiendo muchísimas posiciones. La situación era mucho mejor de lo que había esperado. A pesar de los esfuerzos del otro Ferrari por escalar plazas, lo cierto es que estaba en una posición inmejorable. Podía asestar un golpe muy importante al campeonato si todo continuaba así. Al término de la contienda, únicamente restarían tres Grandes Premios más, y uno de ellos lo correría en casa, en su tierra. Tenía la oportunidad.

Las vueltas iban descontándose en la hermosa pista junto a la playa. Las olas del mar quedaban silenciadas por el brutal sonido de los motores. Allí había de todo. Desde los enormes V12 atmosféricos hasta los pequeños V6 turbo. Cada uno con su música iba componiendo la melodía de aquella carrera veraniega. El líder seguía en su posición. No se desmarcaba de su oponente, pero este tampoco podía hacer nada para cambiar la situación. Cada vez quedaba menos. La batalla parecía estar atenuada, pero cualquier detalle podía volver a avivarla.

Gilles Villeneuve intentando llegar a boxes con el neumático destrozado

Poco a poco, el Williams – Ford fue mejorando sus tiempos respecto al Ferrari. La pequeña distancia que los separaba fue desapareciendo. El joven canadiense apretó los dientes y hundió el pie en la tabla, pero los neumáticos no estaban en su mejor momento. En un instante de máxima tensión, estos no respondieron a la conducción agresiva que estaba imponiendo y fueron incapaces de controlar el coche al salir de una de las curvas. El monoplaza empezó a girar sobre sí mismo. Un trompo que aprovechó el segundo clasificado para regresar a la punta de la carrera.

Con extrema frialdad, el hasta hace un momento líder de carrera volvió a dar gas. Como si nada hubiera pasado, encaminó su máquina hacia el negro asfalto y continuó su carrera. Sabía que tenía más ritmo y podía volver a la primera posición. Apenas habia sido un susto y, a pesar de todo, era segundo. Así que a fondo, a por la victoria. ¡Qué más daba como estuvieran las gomas! Quería ganar.

El joven canadiense tratando de gobernar un coche ingobernable

Lo que pareció un error de pilotaje, en realidad había sido un aviso. Una advertencia que el coche hizo a su piloto. El Ferrari, de alguna manera, había alertado a Gilles Villeneuve de que las ruedas no estaban en las mejores condiciones, y era mejor bajar el ritmo y conservar que intentar continuar en la lucha. Pero este no quiso o no pudo hacerle caso. Y unas pocas vueltas después, el neumático trasero izquierdo explotó.

El monoplaza, descontrolado, se salió de pista a unos 170 Km/h en la recta de meta. Afortunadamente, se pudo evitar el accidente. El bólido rojo quedó varado a un lado del asfalto, con Villeneuve tratando de sacarlo de ahí e intentar llegar a los boxes para cambiar la goma. Había que dar toda una vuelta al circuito. De nuevo, la pericia al volante de la joven promesa metió al Ferrari en la trazada. A un ritmo excesivamente elevado para esas circunstancias, condujo evitando perder aún más tiempo. Primero con tres ruedas y otra que apenas traccionaba, mientras la banda de rodadura se iba haciendo trizas.

Pasión y tesón sobre tres ruedas

A falta de algunas curvas, esta saltó por los aires. No sólo eso. La suspensión terminó por ceder debido al considerable esfuerzo que estaba soportando la llanta, partiéndose. Gilles Villeneuve siguió como si nada, pilotando un coche de Fórmula 1 con dos ruedas, pues la delantera derecha estaba en el aire. El monoplaza cabeceaba, como un balancín, en sus esfuerzos por mantenerse en lo negro. Finalmente, llegó a boxes. El destrozo era tal que fue imposible continuar en carrera. Pero por el camino, el público en pie ovacionó al piloto que con tesón y pericia, luchó contra viento y marea por lograr la gesta.