Cualquiera que siga los deportes de motor habrá oído hablar de la espectacularidad de los Grupo B. Las imágenes que nos legaron con sus saltos y derrapes, en medio de las multitudes que se congregaban para verlos siguen grabadas en las retinas de muchos y siguen asombrando a todo aquel que las ve. Quizás fuera su potencia desbocada, sus ya míticas figuras o esa sensación de tosquedad que desprendían lo que provocaba tanta admiración hacia ellos. Sin embargo, puede que uno de sus grandes atractivos también fuera el que acabó con ellos: el peligro.

Los coches del Grupo B eran extremadamente rápidos. El rally llevado a su máximo exponente. Cuenta la leyenda que Lancia logró igualar en un test en Estoril los tiempos de los F1 de la época en esa misma pista. Pero la seguridad de la época dejaba mucho que desear, y al final era difícil controlar al monstruo que la categoría había creado.

Fueron muchos los accidentes en los que se vieron envueltos durante su andadura. El más conocido, y el que sentenció la categoría, fue el de Toivonen y Cresto en el Tour de Corse de 1986, en el que ambos murieron calcinados. Pero este ocurría poco después de otro, en el rally de Portugal de ese mismo año, que había herido de muerte al campeonato.

La cantidad de público asistente y la falta de seguridad dejaban imágenes tan espectaculares como peligrosas.

El rally de Portugal era la tercera cita del campeonato de 1986. La cita lusa era uno de los rallies más esperados, y el que dejaba esas icónicas imágenes del público invadiendo la pista que se apartaba al paso de un coche a más de 200 kilómetros por hora. Todo ocurrió al comienzo del rally. En el primer tramo del primer día, Lagoa Azul, el piloto portugués Joaquim Santos, que  disputaba la prueba a bordo de un Ford RS 200, desató el caos.

El modelo de la marca americana contaba con un potente motor que desarrollaba hasta 450cv, convirtiéndolo en un coche rapidísimo. Joaquim perdió el control de su montura en una curva y se fue contra el público. Piloto y copiloto estaban bien, pero 3 personas habían muerto y 30 más habían quedado heridas. Entre ellos, mujeres y niños que habían acudido a disfrutar de un día de rally con la familia.

El RS 200 era el contendiente de la marca del óvalo para el campeonato del mundo.

El rally no se detuvo enseguida y los pilotos siguieron pasando por esa curva ajenos al drama generado. Cuando los equipos y pilotos oficiales se enteraron, ellos mismos se reunieron e hicieron público el siguiente comunicado:

«Las razones por las que todos los pilotos que suscriben no desean continuar en el Rally de Portugal son los siguientes:

1.Como señal de respeto por las familias de los muertos y los heridos.

2.No es una situación muy especial aquí en Portugal: creemos que es imposible para nosotros garantizar la seguridad de los espectadores.

3.El accidente en el tramo 1 fue causado por el conductor tratando de evitar a los espectadores que se encontraban en el camino. No fue causado por el tipo de vehículo o la velocidad de la misma.

4.Esperamos que nuestro deporte en última instancia, se beneficie de esta decisión.»

El vaso hacía tiempo que estaba lleno y Portugal lo llenó aún más. Córcega fue la gota que colmó el vaso y la Federación Internacional tuvo que tomar cartas en el asunto. Finalmente dictó sentencia. En 1987 no habría Grupo B, tocaba encerrar a los titanes. Mucho se ha escrito sobre ellos. Y su leyenda sigue contándose entre los aficionados más de treinta años después. Los Grupo B fueron gloriosos para muchos, aunque despiadados para otros. Sea como sea, jóvenes y viejos siguen haciendo cola para admirar alguno de ellos cuando la ocasión se presenta.

El mismo peligro que atraía a tantos fue el que acabó con los monstruos del Grupo B.