Cae la noche y llega el silencio… De los aficionados en las gradas. Sólo los más aguerridos se mantienen firmes a pesar del sueño. El sonido de los motores sigue atronando en cada esquina de la pista. Los componenes mecánicos entonan su canto, armónica y rítmicamente, en un sinfín de compases marcados por los mecánicos e ingenieros que los han puesto a punto para tocar una melodía de larga duración.
No pueden fallar. Cualquier ruido extraño puede ser la alarma de un problema que puede dar al traste con el trabajo de mucha gente. Así que todos afinan el oído para constatar que esa genialidad mecánica toca cada nota en el momento exacto. Y no llevan ni media canción. Porque cuando la luna toma el relevo al sol, todavía faltan más de catorce horas para terminar.
El cansancio empieza a hacer mella. No en vano, algunos llevan más de diciséis horas en pie. Poner los coches a punto es lo de menos. Antes de todo, hay un trabajo entre bambalinas crucial para que toda la maquinaria funcione a la perfección. Desde el cocinero que se encarga de que todo el mundo tenga la energía necesaria para encarar la larga jornada, hasta el piloto que cuida del coche como si fuera un bebé en cada golpe de acelerador. Todo el mundo es imprescindible. Nada funcionaría si alguno fallara.
Pero a estas horas, en las que los focos del circuito alumbran con fuerza, las cabezas piden sueño a los cuerpos. Los reflejos no son los mismos y es difícil seguir concentrado. Se abre la ventana idónea para que el más leve cambio en el registro sonoro de los coches sea pasado por alto. Una variación que podría tener consecuencias desastrosas.
Las carreras de resistencia tienen una gracia especial. Dicen que la noche es mágica porque siempre pasan cosas. Extrañas o no, la falta de sueño es un problema tan serio como un fallo en la bomba de la gasolina. Hay que subsanarlo. Y rápido. Todo el mundo tiene que estar en disposición de dar el máximo para evitar cualquier problema. Más vale prevenir que curar.
Todavía no se ha superado el ecuador de la canción. Todos los coches siguen tocando como si cada uno de ellos fuera una orquesta distinta, pero todas tocaran a la vez, sin entorpecerse las unas a las otras. La sensación es de paz, pero la batalla entre ellas es feroz. Una especie de calma chicha en la que la lucha cuerpo a cuerpo se deja de lado en favor de la estratégica. Todos quieren llevar su música lo más lejos posible, pero no van a tomar ningún tipo de riesgo. Ya sabemos que lo importante es aguantar. Ganará el que menos falle.
Van pasando las horas y es noche cerrada. Algunos componentes empiezan a desfallecer. Los problemas en las mecánicas se van acumulando justo cuando el cansancio azota con furor a los mecánicos. La adrenalina de la competición es su aliada en estos momentos, y su fuente de energía para afrontar unas reparaciones que son cruciales para su continuidad en el gran concierto de la noche.
Y poco a poco, un nuevo día amanece. Los primeros conatos de luz natural despiertan a los habitantes del graderío que han sucumbido en un mar de sueños. Ni el más estridente sonido de los motores los ha sacado de ese estado en el que oyes todo pero no escuchas nada. ¡Qué placer dormir mientras pasan esos motores embravecidos junto a tu oreja! Te llegan los olores de la mañana. Caucho, gasolina, embrague quemado,… Y algún tufillo de carne a la brasa. Hay que empezar la mañana con fuerza y los encargados de la pitanza son los primeros en ponerse en marcha.
Con el estómago lleno se piensa mejor, la cabeza se despeja y el riesgo de pasar por alto una nota mal tocada es cada vez menor. El cansancio sigue, pero la esperanza del amanecer llena de optimismo a cualquiera. Quedan menos de seis horas de carrera. Lo peor ha pasado, pero los albores del día pueden jugar una mala pasada si alguno se confía. Hasta que no caiga el banderazo final, la carrera continúa. El concierto sigue. Pero al menos ya ha pasado la noche. ¡Qué noche!
Foto de portada: © Pablo López Castillo (elacelerador.com)