En estos meses os hemos hablado de la lucha entre Lancia y Audi allá por 1983 en “David contra Goliat” y de las triquiñuelas del equipo italiano para llevarse la victoria. Y es que en el mundo del automovilismo es donde más sentido cobra la frase de “el que no corre, vuela”. Debido a las estrictas normativas que rigen la mayoría de categorías, los equipos siempre buscan cómo estirar el reglamento al límite, cómo encontrar la forma de destacar sobre tus contrincantes y, en algunos casos, los equipos incluso han buscado fuera del reglamento. Hoy os vamos a contar la historia de la que fue descrita por el propio presidente de la FIA como “la trampa más ingeniosa de la historia de las carreras”. El Turbo Gate de Toyota.
Corría el año 1995 y los coches del Grupo A eran los encargados de batir los cronos del mundial de Rally. Era la época de Toyota, Subaru, Ford y Mitsubishi; y Sainz, Mc Rae, Blomqvist y Mäkinen entre otros, surcaban los caminos y carreteras a bordo de estas máquinas que todos recordamos. Subaru, con Mc Rae, eran el equipo a batir y a principios de temporada Toyota parecía plantar cara, pero a medida que avanzaban en el calendario fue perdiendo fuelle hasta que, de repente, resucitaron y parecía que no tuvieran rival. Ningún equipo se lo explicaba y todos empezaron a sospechar, pero por mucho que revisaban el coche del equipo japonés, todo parecía estar en regla.
Para ese año, la FIA estipuló que los equipos debían tener el turbo limitado por una brida de máximo 34 mm de diámetro, lo que restringía la entrada de aire al motor y, por tanto, la potencia. Todo esto para evitar que los coches fueran tan radicales como los del Grupo B y así hacer más segura la competición. En el Rally Catalunya de ese año el piloto de Toyota, Juha Kankkunen, sufrió un accidente que hizo sospechar de la velocidad del Toyota GT-Four y fue entonces cuando una revisión más exhaustiva desveló el engaño. Los coches del fabricante nipón utilizaban un turbo capaz de dejar entrar más aire del reglamentario, pero nadie se había dado cuenta. Lo cierto es que era una auténtica obra de ingeniería que asombró a todo el mundo del automovilismo de competición: los de Toyota habían sido los más pillos y eso hay que reconocerlo.
Para ajustar el conducto de aire del turbo, había una junta de material elástico que “sellaba”el flujo. Hasta ahí todo normal. Pero los japoneses montaron un sutil sistema de muelles que retiraba ligeramente esta goma en la entrada del turbo cuando éste funcionaba a pleno rendimiento, lo que permitía que entrara más aire y por tanto el motor obtuviera más potencia. Este sistema solo funcionaba con el coche a pleno gas, así que cuando los comisarios examinaban el coche en parado, antes o después de cada cita, el sistema no se accionaba y por tanto pasaban todas las homologaciones. Se calcula que esta modificación permitía la entrada de hasta un 25% más de aire y el resultado era de hasta 50 cv más de potencia. En una época en que los coches rondaban los 300 cv, esa era una diferencia enorme.
Toyota fue descalificada del mundial y rodaron muchas cabezas dentro del equipo. Una sanción ejemplar que truncó los planes de Carlos Sainz para el año siguiente, 1996, para castigar un alarde de sofisiticación y picardía más allá de los que establecía la normativa. Pero para muchos sigue siendo una historia para recordar: La trampa más ingeniosa de la historia de las carreras.