¿Qué decide la grandeza de una prueba? Los participantes, quizás. O las monturas. Puede que el trazado y la afición. Quizás sea su historia. Quién sabe… Puede que sea su capacidad de enganchar. De atraer al público más variopinto y que este se lo pase bien. Todos sabemos que el deporte, y en nuestro caso el motor de competición, tiene a veces esa capacidad.
Este fin de semana se disputaba en La Cerdanya el 5º Festival Motorsport Alp 2500. Una prueba ya conocida. De ámbito regional, o nacional antes de la pandemia. El evento es un buen ejemplo de fiesta del motor. El buen tiempo, propio de julio, en el valle pirenaico propicia que la sensación de fiesta invada las calles del pueblo de Alp, en el que se asientan las carpas de este particular circo del motor.
El viernes, fueron las leyendas de otras épocas del Clàssic Comtat de Cerdanya las que salieron a romper el silencio de las noches de verano. El Lancia Beta Coupé de Carles Fortuny y Carles Jiménez fue el que se llevó esta particular prueba, que inauguraba tres días en el que el motor sería el protagonista. El sábado, fue el turno del 6º Rallysprint de la Cerdanya. En este caso fue el Porsche 911 GT3 R de Xavier Domènech y Sergi Brugué el que dominó de principio a fin la prueba.
Fue el domingo cuando la pujada a Alp 2500, el que quizás sea el plato principal, tomó el protagonismo. Jordi Gaig con su Porsche 911 GT3 R consiguió dominar la montaña para hacerse con el mejor tiempo de la subida y vencer. Por detrás, los Silver Car S3 de Edgar Montellà y Antoni Arrufat le acompañaron en el podio en segundo y tercer lugar respectivamente tras las dos pasadas programadas.
Pero más allá de los resultados, es digno hablar de estas categorías menos importantes. Carreras en las que anónimos se mezclan con nombres ya conocidos, para compartir una pasión común. Trabajando entre semana de 9 a 5 para poder salir al asfalto el fin de semana. Voluntarios y organizadores que colocan carteles y cintas. Que repasan los tramos para que todo esté listo cuando se enciendan los motores. Todos ellos nerviosos antes de que se ponga el semáforo en verde.
Permitan que me rinda ante ellos. No solo en el caso de Alp. Sino en todas esas categorías, carreras y certámenes menos conocidos para el gran público. Alejados, por desgracia, de los focos. La cercanía que uno puede respirar cuando pasea por las carpas de los equipos que luchan por estar en estas pruebas, dista mucho del olor a glamour y fachada que a veces impregna otras pruebas de más envergadura. Padres enseñando a sus hijos el coche con el que saltarán a competir. Mecánicos compartiendo café y herramientas entre carpas de equipos, a priori, rivales.
Una atmósfera adictiva, muchas veces. Es fácil ver familias enteras, que poco tienen que ver con el motor y su entorno, maravillarse ante modelos de competición de esta y otras épocas. En la salida, aficionados de todas las edades hacen cola, móvil en ristre, para sacar una foto o conseguir un vídeo de los diferentes coches. Los mayores señalan, los pequeños se tapan las orejas con sus manos. Los enormes motores les abruman con su rugido. Hasta que las ruedas empiezan a girar y la velocidad inunda el ambiente. Momento en el que todo cobra sentido y el padre mira a su hijo, que ya no se tapa los oídos. El ruido ya no es solo ruido.
Foto de portada: © Sergi Merino Navarro (elacelerador.com).