La magia que recorre cada recodo de la montaña impregna el ambiente plagado de museos, plazoletas y parques. Un leve silbido nos recuerda que estamos en un circuito de carreras, un lugar donde los motores sonaron a altas revoluciones, donde los mejores pilotos se jugaron la piel subiendo y bajando por el carrusel de sensaciones que formaban estas vías conectadas junto al Mediterráneo y sobrevolando las alturas de Barcelona. Estamos en Montjuïc.

Fue un tal Rudolf Caracciola el que se dio cuenta de lo que escondían las rápidas y vertiginosas avenidas construidas para una de las dos Exposiciones Universales que ha albergado la Ciudad Condal. Desde los años ’30 del siglo pasado hasta el 27 de abril de 1975, tal día como hoy hace cuarenta y séis primaveras, las carreras dieron luz, color y sonido a este precioso paraje. Un maldito accidente propició lo que era un final anunciado para una pista que se estaba quedando obsoleta para los nuevos tiempos.

Pero paseando por Montjuïc, puedes sumergirte en aquellos momentos de competición que labraron un nombre que resuena en las cabezas de todos los que los vivieron y de aquellos que por edad llegaron tarde para ello. El estadio olímpico, que sirvió de paddock improvisado, sigue ahí con mejor cara que entonces por obra y gracia de aquellas olimpiadas de 1992. Un poquito antes, la recta de meta nos saluda, aunque la zona de garajes ha sido reconvertida en unas piscinas y el trazado de la calle fue modificado levemente, formando ahora una amplia curva a derechas. Pero es el lugar exacto para comenzar nuestra andada.

Zona donde se ubicaba la recta de meta y el Pit Lane durante el Gran Premio de España, en los años 1969, 1971, 1973 y 1975. El inicio de nuestro paseo. © Pablo López Castillo (elacelerador.com).

Subimos camino del Museu Olímpic y de l’Esport, junto a cuya puerta de entrada se encuentra el único vestigio del circuito, una placa que recuerda a los ganadores de los Grandes Premios de España de Fórmula 1 en Montjuïc y de los triunfadores en las competiciones de motociclismo más importantes. Estamos en el famoso rasante, donde los monoplazas llegaban a despegarse del suelo, en la parte más rápida y justo antes de enfrentarse a la curva más lenta, el mítico Ángulo de Miramar. Allí, pasamos de una ancha avenida a una calle de apenas dos carriles. La dificultad de trazar bien esta zona se hace palpable hasta para el ojo menos entrenado.

Una zona en bajada, con varios cambios de dirección, entre los que se encuentra una rápida chicane natural, que desemboca en una frenada para entrar en la curva de Rosaleda, un viraje a derechas peraltado en el que no hay posibilidad para el error. Se trata de serpentear siguiendo de la manera más fiel posible la única trazada que existe. A pie de asfalto impresiona todavía más que en una fotografía. Las cámaras no son capaces de transmitir la realidad clara del desnivel que hay ahí.

El famoso Ángulo de Miramar, la curva más lenta de Montjuïc. © Pablo López Castillo (elacelerador.com).

Seguimos bajando, pasando junto a la archiconocida Font del Gat, describiendo una redonda de izquierdas, justo antes de volver a frenar al aproximarnos al Teatro Griego. Estamos llegando a los pies de Montjuïc, a la zona más baja. Pero todavía debemos sortear las trampas de camino a la curva de Vías, que da acceso a una recta sin escapatoria en su final. Una nueva frenada, giro a la izquierda y gas a fondo. Para el piloto tenía que ser muy importante salir bien de aquí y acelerar lo antes posible para lo que viene después. Para nosotros, con las piernas como único motor, es el último momento de relajación antes de volver a escalar la Montaña Mágica.

Pasamos junto a las fuentes de Montjuïc y las cuatro columnas, un lugar especial que también ha estado bañado por el sonido de los motores, en este caso por el de los coches del WRC. Seguimos camino arriba, pasando por la curva de la Pérgola, a izquierdas y la que da comienzo a la subida. Después, con el pie al fondo de la tabla -con los pies arrastrando las suelas de los zapatos-, trazamos la Contrapérgola, a derechas, para encarar la penúltima curva, también de alta velocidad y a izquierdas. La emoción nos invade, ¡estamos caminando por la historia de las carreras y de la Fórmula 1!

Rosaleda, complicada curva a derechas peraltada y en bajada. © Pablo López Castillo (elacelerador.com).

De pronto, la tristeza nos invade. ¡Hay una rotonda! No se les ocurrió mejor idea a los gobernantes de la ciudad que colocar un cruce rotatorio en mitad del circuito. ¡¿A quién se le ocurre mutilar de esta manera este lugar?! Ojo, que si algún día se vuelven a hacer carreras aquí, la chicane ya está preparada, porque seguro que obligarían a poner un zigzag para bajar la velocidad. Pero fastidiar, fastidia mucho verla. Las cosas como son.

En fin, que pasamos rápido sin detenernos mucho tiempo en ella, no vaya a ser que caigamos en la cuenta de que es verdad que existe. Y seguimos subiendo la montaña, encarando ya la última curva, un nuevo viraje a derechas que nos deja en el mismo punto donde empezamos el paseo, el sitio donde se cumplieron los sueños de muchos pilotos y donde se rompieron los de otros tantos. Lamentablemente, no queda nada de aquella recta de meta, ni siquiera su forma rectilínea. Pero fue allí y es fácil reconocerlo si te fijas desde el rasante.

La Pérgola y la Contrapérgola, las dos curvas enlazadas en subida del último sector de Montjuïc. © Pablo López Castillo (elacelerador.com).

Son muy pocos los cambios que ha experimentado el Circuit de Montjuïc, afortunadamente. Pero se echa en falta que, salvo la placa conmemorativa, no haya nada más que indice al viandante que está paseando por una parte capital de la historia de las carreras. Un lugar tan mágico como la montaña que lo alberga, desde donde se proyectaban los sonidos de los potentes propulsores a lo largo y ancho de toda la ciudad de Barcelona, convirtiéndola por unos días en la capital mundial del deporte de motor.

Foto de portada: © Pablo López Castillo (elacelerador.com).