El río fluye. Atraviesa el pueblo y describe una larga curva rodeando el promontorio sobre el que se asienta el casco antiguo de Alcañiz. Pero el Guadalope es algo más. No es únicamente una corriente de agua que desemboca en el Ebro, es el nombre con el que se conoce uno de los circuitos de carreras más importantes de nuestro país. Uno de los circuitos más difíciles, pero más añorados por pilotos y aficionados. Vamos a pasear por el Guadalope, el circuito urbano de Alcañiz.
Hace ya unos años que los motores no rugen por las estrechas calles de este pueblo del Bajo Aragón. Pero los vestigios de una pasión atronadora se ven todavía a simple vista. Nuestro paseo comienza en la Avenida de Aragón, en la misma línea de meta, la cual se conserva hoy en día. Junto a ella, un doble guardarraíl original del circuito se mantiene en pie para recordar lo que una vez fue. La recta de salida, jalonada por casas y árboles a ambos lados, se asemeja a un túnel en el que es fácil transportar la mente en el tiempo para imaginar a los bólidos surcándola. Pronto, la primera curva se abre paso.
El embudo. El primer viraje del trazado. Verdaderamente, era un embudo. En bajada y muy cerrado, era un punto tremendamente conflictivo. La famosa casa en su interior se conserva y rápidamente la cabeza se llena de imágenes de carreras. Ver la curva así, desnuda, da verdadera impresión. Al momento, nuestros pasos hacen caso a la pendiente de la Avenida Galán Bergua y nos llevan hacia el segundo giro, descendiendo por la calle. En cuanto ves esta curva, sabes que estás en un circuito de carreras. La curva de La Monegal lo tiene todo, el guardarraíl en el exterior y el peralte en el interior. Sólo le faltan los coches trazándola a milímetros de la acera.
A su salida, el vertiginoso descenso nos conduce a la tercera curva, la segunda a izquierdas. La bajada del Matadero, por el Paseo Andrade, fluye como el río junto a la Plaza de Toros camino del primer viaducto que atravesará la senda de agua. Pero antes, habremos pasado por la bifurcación para la entrada a la zona de boxes. Tratándose de un circuito urbano, su disposición debía adaptarse al espacio ya existente, de manera que su ubicación se situaba en una calle relativamente paralela a la pista, accediendo por detrás de la Plaza de Toros. Ahora es un espacio yermo, vacío de sonidos y olores carrerísticos, pero antaño era el lugar donde descansaban y se preparaban las bestias que volaban sobre este asfalto.
Tras atravesar el Río Guadalope por primera vez, un ángulo de izquierdas abre paso para la zona más rápida y vertiginosa. A orillas del río, el trazado toma la apariencia de una carretera -y es que lo era- para deleitarnos con una sucesión de pequeños cambios de dirección que si a pie se notan, es fácil imaginar lo difícil que era trazarlos al volante de un coche de carreras. Algunas marcas en el muro de hormigón a nuestra izquierda nos recuerdan aquellos tiempos. La curva de El Pajarito, peraltada y ciega, sirve de aperitivo para la gran sorpresa que nos aguarda metros después.
El Portalón aparece ante nuestros ojos con su majestuosidad. Una curva para la que había que prepararse el doble. Porque El Portalón era la entrada a la frenada de la curva del Puente Viejo. Frenar en el Portalón, dar un golpe de gas y volver a frenar en apoyo, con precisión, sin pasarse, para después volver a dar rienda suelta a la potencia. Esta sección asusta con verla. No hay margen para el error. Y si al poco espacio que hay, le sumamos las barreras de protección y otros elementos de seguridad necesarios, te queda un complejo estrecho y todavía más difícil de gestionar. De nuevo, las imágenes de los coches trazando por aquí se agolpan en la mente.
Cruzamos otra vez el río. La muralla de Alcañiz nos recibe con la vista del castillo a lo alto, presidiendo la ciudad de la Concordia. Alcanzamos la famosa curva de la Barbería, un ángulo a derechas, cuya salida era todavía más estrecha de lo que es hoy en día. Un auténtico desafío a la hora de pisar el acelerador. Y la entrada al último sector de la pista, en subida, remontando el montículo y rodeando el casco antiguo. Es el momento de conocer la Subida del Corcho.
Motorland Aragón tiene su Sacacorchos, en bajada y muy cerrado, pero años atrás, el Guadalope ofrecía el impresionante Corcho. Una auténtica pared que tras arrancar en una recta, iba retorciéndose a la izquierda hasta terminar formando un desafiante viraje que desembocaba en una rápida curva a derechas, muy pronunciada. Ni que decir tiene que impresiona. Asusta pensar cómo debían trazar semejante eslalon en cuesta, abriéndose en la primera para cerrarse en la segunda. Si Spa-Francorchamps tiene su Eau Rouge – Raidillon, Guadalope tenía su Corcho.
Después del Corcho, coronar la tremenda subida de la Ronda de Teruel sin dejarse llevar por el pánico era un premio que sólo los más aguerridos pilotos podían hacer. Pero la vuelta no ha terminado todavía. Casi sin aliento, la calle jalonada de casas a ambos lados nos encamina hacia las dos últimas curvas. ¿Ya estamos aquí? Hemos llegado muy rápido. Y enseguida, la vista se va hacia la rotonda de nueva construcción. Sobre ella, una gran escultura metálica. El homenaje que los alcañizanos rinden al que fue su circuito. Un recuerdo para la posteridad.
Con la emoción saliendo por cada poro de la piel, divisamos el último cambio de dirección al final de la Calle Repollés García, un claro homenaje al ideólogo de esta maravilla, el Dr. Joaquín Repollés García. El hospital de Alcañiz nos saluda cuando ponemos el pie de nuevo en la recta de meta. La Avenida de Aragón, en todo su esplendor, nos da la bienvenida para terminar junto a la línea de meta y su doble guardarraíl.
El paseo ha terminado. Y las sensaciones son muy gratificantes. A pesar de algunas glorietas de nueva construcción, el circuito está igual que se dejó en 2003. Todavía se conservan en las aceras los agujeros para instalar las vallas de protección, hoy tapados con unas placas metálicas. ¿Se volverá a usar alguna vez? Es difícil de saber, pero no estaría nada mal que las bestias de competición, como en su día los Porsche, Lancia, Lola y compañía hicieron, volvieran a atronar Alcañiz con el bramido de sus motores. Hasta pronto, Guadalope. Hasta la vista, Alcañiz. Volveremos…
Foto de portada: © Pablo López Castillo (elacelerador.com)