El tiempo ayuda a calmar las aguas y a poner en perspectiva los hechos. Han pasado ya unas semanas desde que la infamia rodeara a la categoría reina del automovilismo, la que más miradas atrae, la que más dinero mueve y la que mas interés genera en pilotos, equipos, constructores, patrocinadores y demás actores de la competición. Unas semanas en las que la Fórmula 1 ha sido incapaz de darle carpetazo a un asunto tan grave como para que se haya puesto en duda la legitimidad, de manera absolutamente injusta, de su nuevo Campeón del Mundo. Porque lo que sucedió en el Gran Premio de Abu Dabi de 2021 fue un auténtico escándalo.
Han habido muchos a lo largo de la historia del automovilismo, incluso los hay que salieron a la luz pública. No hace falta repasarlos. Sin embargo, la última vuelta en la pista de Yas Marina merece un capítulo aparte por diversos motivos. Pero, especialmente, porque fue el que cerró una temporada maravillosa en lo deportivo pero desastrosa en lo político. Un año que todos recordaremos de manera agridulce, con la eclosión de un nuevo jefe de filas en la parrilla mientras en los despachos se cocía un despropósito tras otro.
Diferentes barbaridades que tuvieron su toque maestro en esos últimos compases del Gran Premio de Abu Dabi, cuando los responsables de velar por el cumplimiento del Reglamento Deportivo del Campeonato del Mundo de Fórmula 1 decidieron saltárselo a la torera para que prevaleciera el espectáculo, generando una resolución artificial del título mundial. Con ello, lograron el objetivo de que se decidiera en la última vuelta con un lucha cuerpo a cuerpo entre los dos contendientes; pero, a la vez, consiguieron que la vergüenza y la deshonra cayera sobre el certamen.
Vaya por delante que Max Verstappen es un legítimo Campeón del Mundo de Fórmula 1, de la misma manera que si el agraciado de esa “tómbola” hubiera sido Lewis Hamilton. Lo malo, es que el primer título del neerlandés se vea manchado por toda esta caterva de decisiones. Tampoco es necesario que las repasemos, se han escrito ríos de tinta analizándolas una por una en las últimas semanas. Lo importante es que la Federación Internacional de Automovilismo abra la investigación y esclarezca lo sucedido. Aunque, en el fondo, parece que está bastante claro.
Esto no es una cuestión de si uno es más afín a un piloto o a otro. O a un equipo o al de enfrente. Es una cuestión de deportividad y de respeto a las normas por las que se rige el Campeonato del Mundo de Fórmula 1. Mal está que un competidor se salte las reglas, pero que lo haga quien debe velar por su correcto cumplimiento es absolutamente demencial. A partir de aquí, ya no hay vuelta atrás. Se ha creado un precedente tan sumamente grave que es la propia FIA la que ha tenido que tomar las riendas para acabar con esto y remendar su mismo descosido, con una investigación necesaria que debe estar a la altura de la gravedad de los hechos.
Habrá quien piense que es una respuesta a una “pataleta” de Mercedes porque Lewis Hamilton perdiera el mundial, sobretodo después de escuchar la conversación por radio entre Toto Wolff y Michael Masi -un diálogo que no debería producirse nunca en esos términos entre un jefe de equipo y el director de carrera, y muchos menos airearlo al público con el claro objetivo de generar atención mediática-. Pero cuando los responsables de otros equipos, como Zak Brown, o los mismos pilotos han mostrado su incomodidad por lo ocurrido y piden cambios, a lo mejor es que, efectivamente, hubo cosas que no se hicieron bien. Que, directamente, se hicieron mal. Y, ello, tiene que tener una consecuencia.
No en lo deportivo, puesto que ni Max Verstappen, ni Lewis Hamilton tienen ningún tipo de responsabilidad en lo que decida el Director de Carrera, los Comisarios Deportivos o cualquiera de los demás oficiales de la FIA. Ni, tampoco, la tienen los demás pilotos, algunos de los cuales se vieron también perjudicados en sus intereses deportivos. Max Verstappen es el Campeón del Mundo de Fórmula 1 y así debe de seguir siendo.
De todas maneras, no nos debería sorprender que se realizara una acción así cuando desde hace algún tiempo venimos asistiendo a la venta de la Fórmula 1 al mejor postor, el espectáculo televisivo. Uno entiende que una disciplina nueva, sin historia o con muy poca detrás, se adapte y amolde a los cánones mediáticos actuales. Pero que lo haga una que tiene más de una centena de años de historia, no tiene ningún sentido. Una cosa es adaptarse a los tiempos y otra cambiar puntos esenciales para hacerla “más vistosa”. De ahí a saltarse el reglamento sólo había que dar un paso.
Con lo fácil que hubiera sido dejar el Gran Premio de Bélgica como el gran escándalo del año. Otro asunto que queda en el aire y que nadie comprende cómo se dio el visto bueno a la homologación de una pista que no podía cumplir con los estándares de seguridad mínimos bajo cualquier circunstancia previsible. Nos pueden intentar vender lo que quieran, pero nunca olvidemos que la carrera no se celebró por el miedo a que hubiera un accidente grave en la zona formada por Eau Rouge y el Raidillon, sobretodo después del impacto de Lando Norris en la calificación.
Había miedo y si se habla con la gente adecuada, se comprenderá el motivo. Se entenderá que competir con estos coches, con ciertas medidas de seguridad de una época pasada en la sucesión de curvas más desafiante de Spa-Francorchamps, era totalmente inviable. Pero el circuito se homologó. Que la persona responsable de esto sea la misma sobre la que cae la anormal situación -y alguna otra más durante la temporada- de Abu Dabi es una mala casualidad que viene a decirnos qué es lo que falla. O, como poco, cuál es la punta de ese iceberg de errores que flota sobre unas aguas que nunca están en calma.
Con el olor de todo este caldo putrefacto flotando en el ambiente, cualquier otro campeonato estaría al límite de su capacidad de salvación. Esto no quiere decir que en otras disciplinas automovilísticas y campeonatos bajo el paraguas de la FIA no se cometan errores y “cagadas” importantes. También las hay, por supuesto. Pero lo que no se hace es anteponer el espectáculo mediático por encima de lo que dictaminan los reglamentos, normativas y prescripciones. La Fórmula 1 ha atravesado la última línea roja que le quedaba. Por ello, es necesaria una investigación contundente que restablezca el ordenamiento normal y la confianza en un campeonato con tanta historia detrás que no necesita de inventos ni experimentos que puedan acabar mal.