Hace un tiempo, contamos la aventura de Pegaso en la Carrera Panamericana de 1954. Pero antes de que la marca española se lanzara a la conquista de la legendaria prueba, existieron otros intentos para alcanzar la gloria en el mundo de la competición. El modelo Z-102 era un coche bello y exquisito, uno de los mejores del mercado en cuanto a prestaciones; pero tenía una asignatura pendiente en la parte deportiva, un mundo en el que sus rivales le sacaban ventaja.

Wifredo Ricart, máximo dirigente de Pegaso e ingeniero al mando del desarrollo de los coches, conocía la competición de forma sobrada. Había trabajado para Alfa Romeo en la construcción de sus monoplazas de Gran Premio antes de la Segunda Guerra Mundial. Pero los objetivos de la empresa hispana pasaban por otros caminos. La situación en el país no ayudaba, después de un sangriento conflicto bélico y unas políticas autárquicas que no casaban para nada con el devenir de los tiempos. Pero Ricart se empeñó en fabricar el mejor automóvil del mundo, y ya puestos, el mejor coche de carreras del planeta.

El Pegaso Z-102 deslumbró en su presentación, atrayendo las miradas de todos los presentes por sus formas suaves y llamativas, y una mecánica al nivel de las casas automotrices más avanzadas. Pero la competición mandaba y si querías vender, había que correr. Así que en la factoría barcelonesa de La Sagrera, los técnicos se pusieron manos a la obra para adaptar el modelo y hacerlo todavía más veloz. Las 24 Horas de Le Mans eran el objetivo, pero antes había que probarlo en otra pista.

El Pegaso Z-102 en acción.

Su estreno en competición fue en el Gran Premio de Mónaco de 1952. Ese año, la prueba urbana por excelencia no contabilizó para la Fórmula 1, sino que se celebró con normativa de Sport Cars. El Z-102 entraba dentro de ella, así que para ir ganando tiempo, se dice que Juan Jover y Joaquín Palacio salieron desde Barcelona conduciendo los dos prototipos para ir poniéndolos apunto de camino al Principado.

Una vez allí, conocieron las dificultades del trazado y verificaron una serie de problemas que los hicieron no aptos para competir. Y, en efecto, no lo hicieron. Arreglaron lo estropeado y pusieron rumbo a Le Mans, haber si había suerte. Pero los coches no estaban en disposición de afrontar una carrera de 24 horas, así que regresaron a Barcelona y prepararon las bases para afrontar la mítica prueba francesa con garantías al año siguiente.

Entre tanto, se inscribieron en algunas pruebas locales y nacionales, consiguiendo su primera victoria en competición en la carrera en cuesta de La Rabassada con Joaquín Palacio al volante del Z-102. Con este éxito, quedó patente que Pegaso había realizado el trabajo preliminar, pero no es lo mismo una prueba de montaña que una de resistencia. Quedaba trabajo por hacer, pero el lienzo era bueno. Su objetivo de participar en Le Mans estaba cada vez más cerca.

El Pegaso Z-102 en Le Mans.

Llegó la semana de las 24 Horas en la pista de La Sarthe y allí se presentó el equipo oficial Pegaso con Wifredo Ricart al mando y cuatro pilotos destinados a pilotar los dos Z-102. En la primera unidad estarían Juan Jover y el alemán Paul Metternich, y en la segunda Joaquín Palacio y Pablo Julio Cardona, con Celso Fernández de piloto reserva. Salieron a las sesiones de prácticas y los bólidos se comportaron bien, dentro de lo esperado. Algún problemilla aquí y otro allá, pero nada que no se pudiera resolver con algunos ajustes.

Juan Jover, que había terminado segundo en la edición de 1949 con un Delage, estaba registrando unos cronos al nivel de los Ferrari y Jaguar. El Pegaso Z-102 corría, ¡vaya que si corría! Pero en un momento, todo cambió. Al llegar al viraje de Tertre Rouge, Jover no pudo negociar el cambio de dirección por un problema en los frenos e impactó a más de 200 Km/h contra la valla. El coche quedó destrozado y el piloto tuvo que bajarse del habitáculo como buenamente pudo con las piernas magulladas.

En vistas de que no se podía garantizar la seguridad de los pilotos, Wifredo Ricart decidió abandonar la aventura. Pegaso no participaría en las 24 Horas de Le Mans de 1953. El equipo regresó a la fábrica y el sueño se desvaneció. Habían trabajado mucho, pero tenían que esforzarse todavía más. Debían continuar mejorando la mecánica y probando todo lo posible para vencer en las carreras.

El Z-102 en la Carrera Panamericana, con Joaquín Palacio y Celso Fernández.

Al año siguiente, volvieron a inscribirse en pruebas nacionales y en una de ellas, en la Copa Montjuïc, Joaquín Palacio regaló a Pegaso la segunda victoria de la marca. En ese 1954 descartarían tomar parte en Le Mans y por un azar del destino, terminaron disputando la Carrera Panamericana, en el que después de un gran papel, un accidente de Palacio los dejó fuera de competición y con el coche en llamas.

Pegaso lo intentaba una y otra vez, pero la gloria se escapa por situaciones que poco podían hacer para evitarlas. Entre tanto, habían conseguido batir el récord de velocidad en la localidad belga de Jabbeke, convirtiendo al Z-102 en el coche de producción más rápido del mundo. Y en 1955, Celso Fernández se hizo con el triunfo en la Pujada a La Rabassada, la segunda victoria del fabricante español en la prueba catalana.

El prototipo Bisiluro del Pegaso Z-102 destinado a batir el récord mundial de velocidad.

Sin embargo, la política del gobierno franquista con las aventuras en competición de Pegaso cambió. La marca era propiedad de ENASA, empresa estatal que rendía cuentas a los mandatarios de la época. El flujo de dinero se paró y la competición se acabó. Y también la fábrica de coches de ensueño, que se adaptó para fabricar en exclusiva camiones y autobuses. Los mejores del mercado, eso sí; pero nada de máquinas de alta tecnología que pusieran a la vanguardia a la industria española. El sueño de Pegaso y Wifredo Ricart se había terminado.