Hubo un tiempo en el que las más importantes marcas de coches, y sus pilotos, se peleaban para ganar las carreras que se disputaban en nuestro país. Una época plagada de leyenda y misticismo que tuvo como gran protagonista al circuito de Lasarte. El trazado vasco, muy cerca de San Sebastián, acogió Grandes Premios, algunos puntuables para los extintos Campeonato del Mundo de Automóviles y Campeonato de Europa de Grand Prix, entre 1923 y 1935, antes de que la Guerra Civil borrara cualquier vestigio del automovilismo en España.
La costa vasca ha sido desde hace mucho tiempo el lugar de veraneo de importantes nombres de la industria, el comercio y la aristocracia. Ese movimiento de personas con alto nivel económico favoreció el desarrollo de actividades relacionadas con el motor desde los felices años ’20 del siglo pasado. Así pues, durante la Feria de Muestras de San Sebastián de 1923, se celebró la primera edición de la Gran Semana Automovilista en un circuito dibujado sobre las carreteras que conectaban varios pueblos de Guipúzcoa.
El trazado describía un recorrido de algo más de 17 kilómetros (17,815 metros para ser exactos) que enlazaba las localidades de Lasarte (donde se ubicaba la línea de meta, los garajes y el graderío principal), Andoáin, Urnieta y Hernani. Se trataba de una pista de alta velocidad, con virajes rápidos y desafiantes. Durante años, fue uno de los circuitos más espectaculares del mundo y uno de los favoritos de los pilotos. Por dificultad y características era comparable al antiguo Spa o a La Sarthe, con quien casi compartió nombre.
A pesar de algunos problemas presupuestarios que casi emponzoñaron el éxito de la primera edición, la cita fue, poco a poco, consolidándose. La cercanía con Francia, donde el automovilismo gozaba de muy buena salud y la afición por las carreras era enorme, ayudó al crecimiento del evento, que cada año congregaba a las masas durante varios días del mes de julio. Desde 1926, fue la casa del Gran Premio de España, pero no fue el primer Grand Prix celebrado en Lasarte.
Junto al comienzo de la actividad del trazado rutero en 1923, vio la luz el Gran Premio de San Sebastián, que entre 1924 y 1926 fue la carrera automovilística más importante de nuestro país. Durante su primera edición tuvo el honor de compartir el protagonismo con el Gran Premio de España en el circuito de Terramar y con el Gran Premio de la Penya Rhin en el trazado de Vilafranca del Penedés. La organización se encargó de todo lo necesario para llevar a buen puerto la carrera y desde el principio fue considerada una de las pruebas importantes por el AIACR, la máxima autoridad automovilística mundial en la época.
En 1926, el evento fue prueba puntuable del Campeonato del Mundo de Automóviles, al mismo nivel que el Gran Premio de Francia o las 500 Millas de Indianápolis. Jules Goux, al volante de un Bugatti Type 39A, se llevó la victoria, la cual fue clave para que la marca francesa se proclamara Campeona del Mundo ese año. Una semana después de la cita mundialista, la pista guipuzcoana acogió el Gran Premio de España por primera vez, con triunfo de Bartolomeo Costantini, de nuevo, sobre un Bugatti.
Al año siguiente, el papel de evento válido para el certamen mundial fue intercambiado. El Gran Premio de España fue el elegido, mientras que el de San Sebastián se disputó una semana antes como preludio de una cita especial. Esta fórmula de disputar ambas carreras con una semana de diferencia favorecía que equipos y pilotos pasaran más de una semana en tierras donostiarras, con la atracción que ello suponía. De nuevo, un Bugatti cruzó primero la línea de meta en el Grand Prix local, esta vez en manos de Emilio Materassi. Robert Benoist se llevó el triunfo una semana después en la cita mundialista. El piloto francés sumó en Lasarte su segundo triunfo de la temporada regular al volante de un Delage 15 S 8, apuntalando el título que el fabricante galo se llevaría a final de año.
La cancelación de las pruebas puntuables para el Campeonato del Mundo no impidió que ambos eventos continuaran celebrándose en la pista vasca los dos años siguientes. Por su parte, el Gran Premio de San Sebastián vio su última edición en 1930. Después, nada de eventos de ámbito internacional en Lasarte. España vivía momentos históricos alejados del mundo del automovilismo. El fin de la monarquía de Alfonso XIII y el reestablecimiento de la República, sumado a la crisis económica desatada por el crack bursátil de 1929, dejaron en un segundo plano a la competición deportiva. Hubo que esperar hasta 1933 para que los coches de Grand Prix volvieran a rugir por las carreteras de Guipúzcoa.
Las pretensiones de los organizadores vascos terminaron por llamar la atención del gobierno republicano, que decidió resucitar las carreras en San Sebastián. Ese año y el siguiente, el Gran Premio de España volvió a su casa para ver las batallas entre Alfa Romeo, Bugatti y Maserati en 1933, a los que se sumaron Mercedes y Auto Union doce meses después. El nuevo Campeonato de Europa de Grand Prix concedió un puesto en 1935 a la gran prueba de Lasarte. Una vez más, el trazado donostiarra retornó a la escena internacional de manera puntuable. La gran leyenda Rudolf Caracciola lideró el triplete conseguido por Mercedes, junto a Luigi Fagioli y Manfred von Brauchitsch.
El automovilismo había arraigado fuerte en San Sebastián y los pueblos de alrededor. Miles de personas se acercaban cada verano a disfrutar de las carreras. Ganar en Lasarte se convirtió en un objetivo imprescindible para pilotos y marcas, así que pronto empezaron a surgir las voces que pidieron la construcción de un circuito permanente de velocidad. Se iniciaron los preparativos, pero el estallido de la Guerra Civil echó por tierra cualquier proyecto de futuro. El conflicto bélico se cargó de un plumazo la tradición automovilística que había crecido y los coches de carreras no regresaron nunca más a Lasarte.