Lo hicieron. El récord ya era suyo. Pero ese mismo día alguien podía quitarles aquello por lo que tanto habían trabajado. Y la amenzada era real, pues uno de sus principales rivales a nivel mundial pretendía lograr lo que ahora les pertenecía. Tenían más medios y podía parecer que la batalla estaba perdida antes de empezar a luchar. Pero no. En la competición, hasta que no cae la bandera a cuadros no hay nada decidido. Y en esta ocasión no iba a haber excepciones.
Los dos Z-102 con el caballo alado sobre la carrocería descansaban tras cumplir con su objetivo. Lo curioso es que para ello tuvieron que cambiarse los papeles, y el que estaba destinado para dar apoyo, terminó por ser el protagonista de la hazaña. El piloto también descansaba, no en vano, aquella mañana había logrado ser el hombre más rápido a bordo de un coche de producción. Eso era ir más rápido que la mayoría de pilotos de carreras de entonces.
Quienes no descansaban eran los mecánicos. A pesar de la gesta, y de su gran trabajo para conseguirla, debían darse prisa en recoger los bártulos y preparar los coches para la vuelta a casa. Un regreso en el que estarían pendientes de la radio, pendientes de noticias lejanas que anunciaran lo inevitable. Perder el récord en cuestión de horas podía ser algo muy duro de asimilar dentro de la empresa matriz, tanto para los trabajadores que tanto se habían partido los huesos, como para los directivos, los que con tanto ahínco habían defendido el proyecto ante las altas esferas.
La impaciencia iba en aumento sin que llegasen noticias desde Jabbeke. Pero finalmente, la sorpresa inundó de alegría a todo el equipo de competición. Los británicos de Jaguar no habían podido superar los registros de Pegaso. Eso significaba que el récord de velocidad se lo quedaban los hombres de Wifredo Ricart. Tras no poder competir ni en Mónaco ni en Le Mans, lograr la mayor velocidad punta de la historia de un coche de producción significaba un soplo de aire fresco para el proyecto, y una garantía de que el Pegaso Z-102, esa máquina que con tanto cariño habían desarrollado, tenía el potencial para medirse con los mejores.
El viaje de regreso desde Bélgica seguro que fue muy especial para todos aquellos que lo vivieron. No lo podemos asegurar, pero nos lo imaginamos. Y es que, esto es una mera ficción. Los nombres que aquí aparecen son inventados, aunque bien podrían ser reales… ¿Y si lo fueron? En cualquier caso, cualquier parecido con la realidad de aquella tarde de septiembre de 1953 es pura coincidencia. O no.