Seguro que a veces alguno de vuestros amigos os ha soltado lo de: «no sé cómo os pueden gustar tanto las carreras, si son sólo coches dando vueltas al mismo sitio». Estamos acostumbrados a escuchar esas palabras aunque no siempre podamos contestar rápidamente, y es que pensándolo bien nuestra respuesta no es fácil, no es rápida y no es racional. Son muchas las razones que nos llevan a seguir este, a veces incomprendido, deporte pero seguramente cada uno tendrá las suyas. Quizás sea un recuerdo lo que nos empujó: los domingos comiendo con tu abuelo con la fórmula 1 en la tele, ese día en el circuito con tu padre, incluso algún piloto brillante que hizo que en tu casa se vieran por primera vez «los coches»…

Fangio en el Maserati 250F

Fangio en su Maserati 250F

Puede que lo que te ha traído a este puerto sea ver esas curvas con los coches al límite bailando como si de una coreografía se tratase; a Fangio, Lauda, Prost, Senna o Schumacher domando máquinas de una complejidad y ferocidad que escaparían de las manos de cualquier mortal; velocidades imposibles por caminos de tierra con las bestias del grupo B, con el público casi encima del coche; o puede que fueran las locas carreras del siempre imprevisible Rallycross. La tecnología, forzar los limites, buscar el récord, ir más allá de lo que puede ir tu rival hacen de este mundillo un lugar para pioneros, para valientes que no se conforman con conducir por un trazado sino que buscan ser mejores y más rápidos a cada curva que negocian.

Somos muchos los que nos pasamos noches sin dormir o hacemos auténticos malabares para no perdernos nada. Levantamos la cabeza mirando esas cumbres de la cordillera de las carreras y a los valientes que se arriesgan a escalarlas aún sabiendo que muy pocos llegan. Desde aquí seguiremos animando, vibrando y soñando porque según dicen, desde ahí arriba el cielo se puede acariciar con la yema de los dedos.