Corría el año 1955. Todas las miradas estaban puestas en Mónaco. El pequeño país celebraba su Gran Premio anual. Y ahí estaban todos los protagonistas. Los fabricantes Ferrari, Mercedes, Lancia y Maserati buscaban alcanzar la gloria en uno de los circuitos más importantes del calendario. La publicidad que generaba ganar allí era incomparable a otras carreras. Y eso era algo que les hacía vender muchos coches, como sabían muy bien en las sedes centrales.

Para ello, habían alineado a los más prestigiosos pilotos para domar sus monturas. Algunos venían de competir en Nápoles y otros llegaban desde Silverstone, pero hacía más de cuatro meses que el campeonato había empezado en Argentina. Así que era un nuevo reinicio, en el que Juan Manuel Fangio llegaba líder tras triunfar con Mercedes en su país natal. Él mismo había sido el más rápido en los entrenamientos, firmando la Pole Position, con un tiempo de 1:41.1.

Alberto Ascari consiguió colocar su Lancia D50 en la segunda posición de la parrilla de salida, entre los dos Mercedes W196 de Fangio y Moss. Por detrás, Jean Behra con el Maserati 250F y Eugenio Castellotti con el Lancia D50 partirían desde la segunda fila. Y aún más retrasado saldría el futuro triunfador, Maurice Trintignant. Pero el protagonismo no sería suyo, sino de Ascari. Y todo, gracias al único elemento natural difícil de controlar en una carrera tan especial.

Los Lancia D50 preparados junto al muro del equipo italiano

La salida fue un momento clave en el que Moss superó a Ascari para poner a los dos Mercedes en las dos primeras posiciones, pero el italiano no se rindió. Sabía que tenía el ritmo, así que intentó por todos los medios no perder la estela de los coches alemanes. Intentó meterle el coche al inglés en la curva de la Estación (Virage de la Gare, en francés y originalmente; hoy se conoce como Loews), pero Moss no abrió el hueco en la bajada a Portier. El que le superó fue Castellotti que mantuvo un duelo por la segunda plaza con el británico durante varias vueltas.

Tras unos cuantos giros, Ascari recuperó la posición, pero la distancia con los Mercedes era demasiado grande. A pesar de ello, siguió tirando a saco, sin desfallecer, creyendo posible un fallo mecánico de sus rivales que le permitiera acercarse y atacarlos. Sabía que era algo muy difícil. Los Mercedes no solían fallar, y tras un año de dominación, habían demostrado su robustez.

Salida del Gran Premio de Mónaco de 1955, con los Mercedes por delante al llegar a la antigua curva del Gasómetro

Pero el fallo llegó. Sin previo aviso, con media carrera por delante, la transmisión del Mercedes W196 de Fangio dijo basta, y el argentino tuvo que aparcar su bólido junto a la estación de tren. Moss heredó el liderato, con Ascari detrás a casi una vuelta. El bicampeón del mundo y piloto de Lancia se lanzó en persecución de la flecha plateada, pero la diferencia era enorme, y llegar era algo que sólo un piloto de la talla de Ascari podría lograr.

Forzando la mecánica al máximo, recortó algo la distancia, hasta que en la vuelta 80, el motor del otro Mercedes, el del líder de carrera Stirling Moss, explotó, dejando al equipo alemán sin una victoria segura. Ascari iba a heredar la cabeza de carrera, si todo iba bien, y entonces podría tratar con suavidad su maltrecha mecánica. Pero llegó tarde.

Alberto Ascari trazando la curva de la Estación

Los frenos estaban al límite de su capacidad de uso. Y cuando salió del túnel, enfocando el coche para tomar la chicane del puerto, el pedal se fue al fondo, las zapatas no actuaron sobre el tambor como era necesario, y el Lancia D50, con Alberto Ascari al volante, se precipitó al agua del Mediterráneo.

El italiano cayó sobre su montura en las frías aguas que bordean el Principado de Mónaco. El golpe que se llevó le rompió la nariz, pero pudo salir del habitáculo. Fue rescatado tras nadar unos cuantos metros hasta un barco, donde lo subieron a bordo y lo llevaron hasta una ambulancia que esperaba junto a la pista de carreras. Salvó la vida, pero en la mente de los allí presentes queda todavía la imagen espectacular del precioso Lancia D50 cayendo por el lateral de la pista.

Momento en el que el Lancia D50 con Alberto Ascari al volante, cae al mar

El Gran Premio lo ganó Maurice Trintignant, al volante del Ferrari 625. La carrera puso las trampas y decidió al ganador, que había arrancado noveno. Por detrás, Eugenio Castellotti firmó el segundo lugar a bordo de su Lancia D50, mientras que Jean Behra terminó tercero con el Maserati 250F de Cesare Perdisa, quien debutó en Mónaco, pero cedió su coche al piloto francés cuando este tuvo un problema mecánico.

En su última carrera, pues falleció varios días después en Monza, mientras probaba el Ferrari 750 Monza, Alberto Ascari fue el protagonista absoluto. Y no fue por la remontada, ni por ser el único que pudo plantar cara a las Flechas de Plata. Sino por el incidente que terminó con él y su coche en el agua del mar. A día de hoy, Ascari sigue siendo recordado como el piloto que en Mónaco, se dio el chapuzón más famoso de la historia del automovilismo.

El chapuzón monegasco desde otra perspectiva